La Revista Latinoamericana de Lectura: Lectura y Vida en su publicación de septiembre de 1995, presentó el artículo: HABLAR EN LA ESCUELA: ¿PARA QUÉ?... ¿ CÓMO?, un interesante recorrido por el lugar que tiene y puede tener la oralidad en la Escuela y los dispositivos para su desarrollo.
Su autora María Elena Rodríguez[1] expone la importancia de la expresión oral en los procesos escolares y la necesidad de tener en cuenta las diferencias entre lengua hablada y lengua escrita, como dos modos distintos de comunicación a partir de un mismo sistema lingüístico. La autora señala que los diferentes repertorios comunicativos se manifiestan en la interacción lingüística que tiene lugar en la escuela y es allí donde se debe propiciar la reflexión sobre su uso en el marco de una actuación social.
Con esta perspectiva es en la escuela donde se aprende las estrategias lingüísticas necesarias para la expresión oral, se superan las desigualdades al participar de distintas experiencias, se aprenden los géneros formales de la oralidad, se promueve la producción e interpretación de una variedad de textos orales y se dirige la atención y reflexión sobre los variados recurso de la lengua para alcanzar metas comunicativas.
Teniendo en cuenta que el uso de la lengua varía con relación al usuario y a los contextos de uso, según el lugar y según la exigencia de la situación, es fundamental tener en cuenta que los conocimientos gramaticales sean pertinentes para la adquisición y desarrollo de saberes prácticos que permitan la organización del pensamiento, el desarrollo de esquemas cognitivos, la trasmisión de ideas y la producción e interpretación de mensajes.
Por estas razones la planificación de las actividades en torno a la lengua debe considerar un nivel formal, referido a la gramática y el vocabulario que ocupen un lugar con sentido en el tejido de una trama narrativa de distintas formas; un nivel funcional, que establece lo que se hace con el lenguaje en diferentes contextos, requiriendo distintas reglas; y un nivel sociocultural en el que prevalece el hecho cultural al que pertenece el individual como insumo de la producción del acto comunicativo.
Se hace énfasis en que el objetivo de un programa pedagógico en formar individuos competentes que reflexiones sobre el uso de la lengua como forma de actuación social y se adapten al contexto discursivo en que surge la necesidad de comunicación. Y en este propósito es que el aula como escenario de la comunicación oral, con sus diferentes eventos comunicativos debe tener en cuenta un lugar, un tiempo, un marco psicosocial, unos actores, unos objetivos y unos resultados, un tono en la interacción que defina el grado de formalidad o informalidad de la comunicación, una secuencia de actos comunicativos intencionados, unos canales, elementos paralingüísticos y no verbales y unas reglas que rigen la interacción, enmarcados en unos géneros que describe, relatan, imploran, instruyen o informan.
La autora insiste en que es fundamental implementar estrategias interactivas que fomenten la comunicación, la creación de diferentes atmósferas para responder a los auditorios, la negociación de los contenidos comunicativos, el establecimiento de pautas para iniciar o cerrar determinadas tareas, el trabajo cooperativo para dar lugar al aprendizaje de habilidades interpersonales y sociales para el desarrollo del repertorio lingüístico, y todo tipo de iniciativa que ponga énfasis en la importancia que tiene el hablar y el escuchar a los otros para la comunicación; la exploración, clarificación y organización del pensamiento; el desarrollo cognitivo y de la personalidad; en síntesis para la integración y desarrollo humano y social.
Los dos modos distintos de comunicación a partir de un mismo sistema lingüístico, se observa en las marcadas diferencias entre la lengua hablada y la lengua escrita en la escuela. Los largos tiempos, experiencias, exigencias y programaciones dedicadas a la lengua escrita, frente a la invisibilidad que se le otorga a la lengua hablada en tanto estructura, instrumentos, estilo, participantes o propósito, produce una descompensación extrema en el uso de la lengua como función social. Las actividades planificadas en torno a la lengua consideran parcialmente sus niveles constitutivos, se da mayor relevancia al nivel gramatical, un poco menos a su nivel funcional, pero mucho menos a su sentido como acto de comunicación concreta en la construcción social y cultural. La escuela ha permitido que el poder del lenguaje tenga lugar en los medios de comunicación, en la calles, en los grupos alternos de socialización, descuidando su responsabilidad social y política.
En este orden de ideas, es claro que recuperar el lugar de la oralidad en la escuela implica para el docente un cambio en la concepción misma de lengua, exige que se aparte del marco teórico que ha regido los saberes prácticos y las rutinas epistemológicas y didácticas, ligadas a la gramática descriptiva y clasificatoria del estructuralismo aún presente en las aulas.
Como lo señaló Paulo Freire, la palabra humana es más que simple vocabulario. Es palabra y...acción. Hablar no es un acto verdadero si no está al mismo tiempo asociado con el derecho a la autoexpresión y a la expresión de la realidad, de crear y de recrear, de decidir y elegir, y en última instancia participar del proceso histórico de la sociedad. Con esta convicción es que la escuela debe asumir el lenguaje como medio a través del cual el pensamiento puede ser expresado y las múltiples experiencias derivadas de su uso oportunidades para cualificar, desarrollar y potenciar el pensamiento y las acciones en la sociedad. La enseñanza y el aprendizaje lingüístico implican un proceso de elaboración progresiva de conceptos, destrezas y actitudes discursivas, para las cuales se requiere del docente disposición al cambio. Los programas de formación de formadores, como los programas permanentes de formación de docentes deben ocuparse con total seriedad de darle un lugar privilegiado a esta competencia, por mucho tiempo olvidada, pero que ofrece con un enfoque esperanzador, la oportunidad de mejorar la escuela, sus relaciones, sus procesos y por ende la sociedad.
[1] Profesora universitaria e investigadora en el campo de las ciencias del lenguaje. Consultora de la Asociación Internacional de Lectura. Directora de LECTURA Y VIDA.
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