martes, 16 de octubre de 2012

 

 Tomado de: Universo,  el Periódico de los Universitarios,  Dirección de Comunicación Social, Departamento de Prensa, Universidad Veracruzana  
Año 6 • No. 199 • octubre 31 de 2005

Juan Carlos Plata
Nuestros pueblos indígenas han mantenido por siglos, resguardándolos en sus usos y costumbres y en sincretismo con la cultura occidental, rituales y ceremonias que los españoles consideraban paganos y que tienen que ver con adorar a sus deidades, entre ellas, la Muerte, una estación dolorosa que, al contrario de cómo la percibimos nosotros, constituye un alto en el camino para el surgimiento de la vida.
En Veracruz, los totonacas tienen en la Muerte uno de sus principales temas de riqueza cultural. Crescencio García Ramos, investigador del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana, ha vivido y estudiado a profundidad el pensamiento, los rituales y las ceremonias que este extraordinario pueblo, que habita en el norte de Veracruz y en una amplia región del estado de Puebla, realiza durante 42 días –desde el 18 de octubre hasta el 30 de noviembre– para honrar y recibir la visita de las almas de los difuntos.
Investigador acucioso y comprometido con su propia cultura, García Ramos hace un repaso sobre esta tradición que, cuando se haya completado, iniciará entre nosotros, los días de Muertos. Se alimenta el presente reportaje con el texto que el propio científico social ha escrito, editado por el Instituto de Antropología, llamado
La festividad de los muertos entre los totonacas. Creencias y costumbres funerarias totonacas.
La idea en las culturas mesoamericanas de vida-muerte-vida se entendía como un ciclo constante, tal como se apreciaba en la naturaleza. A la temporada de lluvias y de vida seguía la de secas y su consecuencia, la muerte, de la que, en su momento, iba a surgir nuevamente la vida. El hombre prehispánico tenía una diferente concepción del tiempo, del transcurrir, del devenir en que los dioses jugaban un papel determinante. Había que mantener el equilibrio universal y de allí los rituales y tratar por diferentes medios de mantener el orden del universo.
De allí la explicación del sacrificio humano: de la muerte surge la vida. De esta manera el hombre muere para que a la vez vuelva a surgir la vida.
La cultura totonaca no es ajena a este tipo de rituales y tradiciones mitológicas sobre la muerte, con sus particularidades y sincretismos, y durante 42 días, desde el 18 de octubre y hasta el 30 de noviembre, según la tradición totonaca, se recibe la visita de las almas de los difuntos.
Ninín (que puede ser traducido al castellano como “los muertos”) es la celebración mortuoria de los totonacas, tradición que viene de épocas prehispánicas, que no desapareció con la llegada de los españoles sino que incorporó elementos de la cultura católica, creando un sincretismo de culturas, tradiciones, lenguas, culturas y religiones que enriquecieron la festividad.
Para el totonaca Linín, la muerte, es el inicio de otro ciclo de vida, un periodo renovado, se concibe a la muerte como un proceso dinámico expresado en sus mitos y leyendas sobre la creencia de la inmortalidad y la reencarnación, asegura Crescencio García Ramos, investigador del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana y reconocido experto en estudios sobre la cultura totonaca.
El totonaca se prepara toda su vida para la muerte y las ceremonias dedicadas a la muerte son comunes entre los habitantes del Totonacapan.
Por ejemplo, luego de que fallece una persona se sigue colocando su comida, tres veces al día, hasta el octavo día. A partir de ese momento, poco a poco se le despide de manera definitiva y el alma, o lístakni, retorna al cabo de año y en la festividad de Día de Muertos.
En la tradición totonaca se hace una clara diferencia entre los muertos acaecidos de manera natural y los que tuvieron una muerte violenta.
Los muertos de manera violenta tienen que pasar por un proceso de purificación. En lugar de ir hacia el Oriente, como lo hacen las almas de los muertos de manera natural, tienen que ir hacia el Norte, a los dominios del señor del trueno, Qoló Aktsin (Trueno viejo), que se adueña de las almas y las usa para cavar arroyos y causes de ríos, porque también es el encargado del agua.
Una vez que las almas cumplen su cometido, son enviadas al Poniente, a los dominios de Linin o Dios de la Muerte, que las retiene ahí cuatro años, luego de los cuales los deja ir al Oriente, atrás del sol o chichiní, a donde se dirigen las almas purificadas.
Las estrellas que vemos en el cielo, según la tradición totonaca, son esas almas purificadas cuya labor es apoyar al sol para que no sea vencido por la muerte. Luego del medio día (tastunut, para los totonacas), cuando el sol empieza a declinar, comienza la lucha contra la muerte y el sol es ayudado por todas esas estrellas.
“La muerte es un requisito para volver eternas y puras a las almas, y que éstas, a su vez, puedan apoyar la vida de los hombres, porque esas almas nos ven, nos oyen y nos sienten, es por eso que desde los primeros días de los preparativos de las festividades a los muertos los mayores aconsejan a los niños que se porten bien porque ya vienen las almas de los difuntos”, afirma García Ramos
La celebración del Ninín

De acuerdo con el investigador, las festividades de los muertos entre los totonacas inician el 18 de octubre, día de San Lucas, que es la sustitución católica de la deidad totonaca del Trueno. Según esta tradición, las primeras almas que llegan son las de los ahogados, que vienen del norte trayendo consigo los vientos y los fríos; a partir de esa fecha se acostumbra prender cohetes de arranque o tocar las campañas tres veces al día para guiar a las almas hacia sus pueblos.
Desde el 18 y hasta el 30 de octubre se vive un proceso de preparación, las familias comienzan a hacer el altar o puchaw y preparan los hornos en los que se cocinará la comida.
Para el 31 de octubre, ya con el altar armado, vestido y adornado, al medio día llegan las almas de los niños difuntos y se retiran el primero de noviembre al medio día, hora en la que llegan las almas de los adultos, que se retiran al día siguiente pero no de manera definitiva.


Crescencio García Ramos.
Para los días 8 y 9 de noviembre se celebra el aktumajat u octava, en la que se despide a las almas de los difuntos acaecidos de manera natural, en el mismo altar se colocan ofrendas y se despide al difunto con un rosario.
Es hasta el 30 de noviembre, día de San Andrés, cuando se despide a las almas de los muertos acaecidos de manera violenta. Se encamina al campo santo a todas las almas y se les acompaña con grandes ofrendas, música, cantos y bailes.
Después de haber cumplido estas festividades mortuorias, la gente retorna a sus quehaceres normales y a preparara la
tierra para la siembra del maíz.
El altar o puchaw
El altar es cuadrangular. En la creencia totonaca la mesa es la representación divina de la tierra y ahí se coloca la ofrenda alimenticia (chaw), se decora un mantel blanco, a veces bordado con flores y figuras de animales, y con papel de china de colores, picado con figuras zoomorfas y antropomorfas.
Sobre el altar se coloca un arco, que representa el “comba celeste” o lugar donde están los dioses, que se adorna con 13 estrellas de palma de coyol, representando a las 12 madres abuelas y al hombre (13 es el número masculino y 12 el número femenino; sumados dan 25, que es el número de la divinidad).
En el altar se ubican las tres dimensiones espaciales; la parte de abajo de la mesa representa el inframundo, donde habitan los muertos o k’alinin; el mundo terrenal o t’iyat y el supramundo, o donde están los dioses o aqapún.
La festividad es muy importante, no sólo para los totonacos sino para todo el mundo mesoamericano, porque en estas fechas convergen en el mundo terrenal los dioses, los vivos y los muertos.
En el altar se colocan cinco veladoras (cuatro en las esquinas y una en el centro), en el piso se prenden 13 velas amarillas, a un lado se dispone un lavamanos, una toalla, una silla y un petate para el aseo y descanso del difunto.
La ofrenda alimenticia consiste de mole, arroz, tortillas, café, pan, cacao, tamales, chicharrones, totopos y frutas, además de cigarros, aguardiente, dulces o juguetes, de acuerdo al gusto y la edad del difunto.
Otras creencias totonacas sobre la Muerte
También se pone un altar para el “ánima sola” o limaxqan lístakni, todos aquellos difuntos que no tuvieron familia o pariente alguno en la vida. El altar se coloca en la casa principal k’antiyán y por lo regular la adornan los niños.
Todo el ritual de celebración mortuoria de los totonacas está reforzado con leyendas y creencias. Se dice que las almas de los difuntos vienen y si no se les atiende provocan lo que los totonacas llaman atsamayan nin o enfermedad de la muerte, que se manifiesta con malestares y desánimo y que puede provocar la muerte.
También existe la creencia de que Tlajaná o el diablo, es el dueño del más allá y que se confunde con el señor de la Muerte y con el señor del Fuego; toma la forma de un hombre o una mujer con el rostro negro, muy similar al dios del cielo nocturno náhuatl: Tezcatlipoca.

 

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