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Tomado de: Universo, el Periódico de los Universitarios, Dirección de Comunicación Social, Departamento de Prensa, Universidad Veracruzana
Año 6
• No. 199 • octubre 31 de 2005
Juan Carlos
Plata
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Nuestros pueblos indígenas han mantenido
por siglos, resguardándolos en sus usos y costumbres y en sincretismo con la
cultura occidental, rituales y ceremonias que los españoles consideraban paganos
y que tienen que ver con adorar a sus deidades, entre ellas, la Muerte, una
estación dolorosa que, al contrario de cómo la percibimos nosotros, constituye
un alto en el camino para el surgimiento de la vida. En Veracruz, los
totonacas tienen en la Muerte uno de sus principales temas de riqueza cultural.
Crescencio García Ramos, investigador del Instituto de Antropología de la
Universidad Veracruzana, ha vivido y estudiado a profundidad el pensamiento, los
rituales y las ceremonias que este extraordinario pueblo, que habita en el norte
de Veracruz y en una amplia región del estado de Puebla, realiza durante 42 días
–desde el 18 de octubre hasta el 30 de noviembre– para honrar y recibir la
visita de las almas de los difuntos. Investigador acucioso y comprometido con
su propia cultura, García Ramos hace un repaso sobre esta tradición que, cuando
se haya completado, iniciará entre nosotros, los días de Muertos. Se alimenta el
presente reportaje con el texto que el propio científico social ha escrito,
editado por el Instituto de Antropología, llamado La festividad de los
muertos entre los totonacas. Creencias y costumbres funerarias
totonacas.
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La idea en las culturas mesoamericanas de
vida-muerte-vida se entendía como un ciclo constante, tal como se apreciaba en
la naturaleza. A la temporada de lluvias y de vida seguía la de secas y su
consecuencia, la muerte, de la que, en su momento, iba a surgir nuevamente la
vida. El hombre prehispánico tenía una diferente concepción del tiempo, del
transcurrir, del devenir en que los dioses jugaban un papel determinante. Había
que mantener el equilibrio universal y de allí los rituales y tratar por
diferentes medios de mantener el orden del universo. De allí la
explicación del sacrificio humano: de la muerte surge la vida. De esta manera el
hombre muere para que a la vez vuelva a surgir la vida. La cultura
totonaca no es ajena a este tipo de rituales y tradiciones mitológicas sobre la
muerte, con sus particularidades y sincretismos, y durante 42 días, desde el 18
de octubre y hasta el 30 de noviembre, según la tradición totonaca, se recibe la
visita de las almas de los difuntos. Ninín (que puede ser
traducido al castellano como “los muertos”) es la celebración mortuoria de los
totonacas, tradición que viene de épocas prehispánicas, que no desapareció con
la llegada de los españoles sino que incorporó elementos de la cultura católica,
creando un sincretismo de culturas, tradiciones, lenguas, culturas y religiones
que enriquecieron la festividad. Para el totonaca Linín, la
muerte, es el inicio de otro ciclo de vida, un periodo renovado, se concibe a la
muerte como un proceso dinámico expresado en sus mitos y leyendas sobre la
creencia de la inmortalidad y la reencarnación, asegura Crescencio García Ramos,
investigador del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana y
reconocido experto en estudios sobre la cultura totonaca. El totonaca se
prepara toda su vida para la muerte y las ceremonias dedicadas a la muerte son
comunes entre los habitantes del Totonacapan. Por ejemplo, luego de que
fallece una persona se sigue colocando su comida, tres veces al día, hasta el
octavo día. A partir de ese momento, poco a poco se le despide de manera
definitiva y el alma, o lístakni, retorna al cabo de año y en la
festividad de Día de Muertos. En la tradición totonaca se hace una clara
diferencia entre los muertos acaecidos de manera natural y los que tuvieron una
muerte violenta. Los muertos de manera violenta tienen que pasar por un
proceso de purificación. En lugar de ir hacia el Oriente, como lo hacen las
almas de los muertos de manera natural, tienen que ir hacia el Norte, a los
dominios del señor del trueno, Qoló Aktsin (Trueno viejo), que se
adueña de las almas y las usa para cavar arroyos y causes de ríos, porque
también es el encargado del agua. Una vez que las almas cumplen su
cometido, son enviadas al Poniente, a los dominios de Linin o Dios de
la Muerte, que las retiene ahí cuatro años, luego de los cuales los deja ir al
Oriente, atrás del sol o chichiní, a donde se dirigen las almas
purificadas. Las estrellas que vemos en el cielo, según la tradición
totonaca, son esas almas purificadas cuya labor es apoyar al sol para que no sea
vencido por la muerte. Luego del medio día (tastunut, para los
totonacas), cuando el sol empieza a declinar, comienza la lucha contra la muerte
y el sol es ayudado por todas esas estrellas. “La muerte es un requisito
para volver eternas y puras a las almas, y que éstas, a su vez, puedan apoyar la
vida de los hombres, porque esas almas nos ven, nos oyen y nos sienten, es por
eso que desde los primeros días de los preparativos de las festividades a los
muertos los mayores aconsejan a los niños que se porten bien porque ya vienen
las almas de los difuntos”, afirma García Ramos
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La celebración del
Ninín
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De acuerdo con el investigador, las
festividades de los muertos entre los totonacas inician el 18 de octubre, día de
San Lucas, que es la sustitución católica de la deidad totonaca del Trueno.
Según esta tradición, las primeras almas que llegan son las de los ahogados, que
vienen del norte trayendo consigo los vientos y los fríos; a partir de esa fecha
se acostumbra prender cohetes de arranque o tocar las campañas tres veces al día
para guiar a las almas hacia sus pueblos. Desde el 18 y hasta el 30 de
octubre se vive un proceso de preparación, las familias comienzan a hacer el
altar o puchaw y preparan los hornos en los que se cocinará la
comida.
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Para el 31 de octubre, ya con el altar
armado, vestido y adornado, al medio día llegan las almas de los niños difuntos
y se retiran el primero de noviembre al medio día, hora en la que llegan las
almas de los adultos, que se retiran al día siguiente pero no de manera
definitiva.
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Crescencio García
Ramos.
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Para los días 8 y 9 de noviembre se celebra
el aktumajat u octava, en la que se despide a las almas de los difuntos
acaecidos de manera natural, en el mismo altar se colocan ofrendas y se despide
al difunto con un rosario. Es hasta el 30 de noviembre, día de San
Andrés, cuando se despide a las almas de los muertos acaecidos de manera
violenta. Se encamina al campo santo a todas las almas y se les acompaña con
grandes ofrendas, música, cantos y bailes. Después de haber cumplido
estas festividades mortuorias, la gente retorna a sus quehaceres normales y a
preparara la tierra para la siembra del maíz.
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El altar o
puchaw |
El altar es cuadrangular. En la creencia
totonaca la mesa es la representación divina de la tierra y ahí se coloca la
ofrenda alimenticia (chaw), se decora un mantel blanco, a veces bordado
con flores y figuras de animales, y con papel de china de colores, picado con
figuras zoomorfas y antropomorfas. Sobre el altar se coloca un arco, que
representa el “comba celeste” o lugar donde están los dioses, que se adorna con
13 estrellas de palma de coyol, representando a las 12 madres abuelas y al
hombre (13 es el número masculino y 12 el número femenino; sumados dan 25, que
es el número de la divinidad).
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En el altar se ubican las tres dimensiones
espaciales; la parte de abajo de la mesa representa el inframundo, donde habitan
los muertos o k’alinin; el mundo terrenal o t’iyat y el
supramundo, o donde están los dioses o aqapún. La festividad es
muy importante, no sólo para los totonacos sino para todo el mundo
mesoamericano, porque en estas fechas convergen en el mundo terrenal los dioses,
los vivos y los muertos. En el altar se colocan cinco veladoras (cuatro
en las esquinas y una en el centro), en el piso se prenden 13 velas amarillas, a
un lado se dispone un lavamanos, una toalla, una silla y un petate para el aseo
y descanso del difunto.
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La ofrenda alimenticia consiste de mole,
arroz, tortillas, café, pan, cacao, tamales, chicharrones, totopos y frutas,
además de cigarros, aguardiente, dulces o juguetes, de acuerdo al gusto y la
edad del difunto.
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Otras creencias totonacas sobre la
Muerte |
También se pone un altar para el “ánima
sola” o limaxqan lístakni, todos aquellos difuntos que no tuvieron
familia o pariente alguno en la vida. El altar se coloca en la casa
principal k’antiyán y por lo regular la adornan los niños. Todo
el ritual de celebración mortuoria de los totonacas está reforzado con leyendas
y creencias. Se dice que las almas de los difuntos vienen y si no se les atiende
provocan lo que los totonacas llaman atsamayan nin o enfermedad de la muerte,
que se manifiesta con malestares y desánimo y que puede provocar la
muerte. También existe la creencia de que Tlajaná o el diablo,
es el dueño del más allá y que se confunde con el señor de la Muerte y con el
señor del Fuego; toma la forma de un hombre o una mujer con el rostro negro, muy
similar al dios del cielo nocturno náhuatl: Tezcatlipoca.
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